La sexualidad implica aspectos emocionales y físicos. Y cuando se trata de personas mayores, la percepción, prejuicios y experiencias pasadas cumplen un rol fundamental en el rendimiento erótico.
Si bien mujeres y hombres comparten hoy actividades recreativas aún superando los ochenta y noventa años, en algunos casos, con mayor frecuencia, después del divorcio o la viudez -a partir de los cincuenta o sesenta años-. Existen algunos temores que muchas veces retardan el encuentro amoroso o malogran relaciones que colman de placer y bienestar a hombres y mujeres.
"La excesiva preocupación por la posibilidad de volverse impotente que aflige a muchos hombres, suele causarles el estrés suficiente como para producir problemas en la relación de pareja" opinan los sexólogos. La excesiva preocupación puede hacer que el hombre despliegue una autoatención excesiva durante el acto sexual, la cual suele ir acompañada de sentimientos de aprensión o ansiedad ante la posibilidad de que la erección sea difícil o imposible. O tal vez, "al pensar que la impotencia es algo "normal" en la etapa de la vida en la que se encuentra, es improbable que la persona se plantee posibilidad de solucionar el problema o busque algún tipo de ayuda".
En tanto, las mujeres, también experimentan algunos temores. Los cambios físicos normales -un cuerpo menos firme, el cabello gris, las arrugas- las hacen sentir menos atractivas para el sexo opuesto, y muchas veces, vacilan antes de expresar su interés sexual. Una mujer que se preocupa por sus cambios de apariencia a medida que va envejeciendo, puede pensar que su compañero ya no la encuentra atractiva y estos pensamientos, se asocian a conductas no favorecedoras de la salud sexual, tales como emitir menos conductas de seducción, disminuir la frecuencia con la que inicia interacciones de tipo sexual, arreglarse menos, etc. En ese sentido, la percepción negativa de la imagen corporal es la consulta que más reciben los médicos de sus pacientes. Al respecto, aclaran que " mantener un modelo de belleza física juvenil es el primer síntoma de interferencia para disfrutar del sexo tanto para los hombres como las mujeres. Aunque, mayoritariamente, esto ocurre en las mujeres; la presión social sobre ellas es muy importante y las lleva a sacrificios que las distraen y afectan en su fuero íntimo.
En los talleres de la tercera edad, se insiste en que "atribuir cualquier problema que pueda surgir en las relaciones sexuales al hecho de que "uno es ya mayor", es un error. Porque favorece una actitud negativa que lleva a las personas a no hacer el suficiente esfuerzo por buscar soluciones. Al contrario, conocer los posibles factores que pueden estar influyendo en el surgimiento y mantenimiento de una disfunción es esencial para poder identificar la causa del problema y encontrar soluciones adecuadas al mismo".
Pero, también reconocen los terapeutas, que "las creencias erróneas también contribuyen a obstaculizar una plena sexualidad en la vejez: declive del interés sexual después de cierta edad, en las mujeres se asocia con la menopausia; pensa que es indecente, que los mayores tengan vida sexual, porque se asocia con la juventud; creer que el sexo es, básicamente, el coito; desconocer otro tipo de relaciones sexuales; sostener que a cierta edad las personas se debilitan; y por último, considerar un tema menor que ya no necesitan".
De la consulta con el psicólogo, se infiere que "muchas veces, las chanzas que escuchan las personas mayores en el medio que trabajan o realizan sus actividades sociales, las internalizan y terminan por abstenerse de comenzar a elaborar una proposición afectiva. También, influyen sobre la sexualidad determinados estereotipos sociales, como la imagen social de las mujeres que aparecen menos interesadas en el sexo que los hombres, menos necesitadas de relaciones sexuales, así como, se suele creeer que están desenganchadas" de este tipo de necesidades más típicas de los jóvenes.
Lo importante es hablar sobre el tema, favorecer la comunicación y el intercambio de opiniones en el consultorio médico, donde la confianza suele ser mayor, dado el conocimiento mutuo de las deficiencias físicas y los deseos manifestados abiertamente. Por cierto, es muchas veces el profesional el que debe acercar la información a los mayores sobre los cambios normales que ocurren con el envejecimiento y la forma de experimentar la sexualidad; asimismo, dar a conocer los factores fisiológicos y psicológicos que influyen en el inicio y mantenimiento de disfunciones o dificultades sexuales, así como de las vías existentes para su posible superación.
Una buena medida es facilitar actividades que reconcilien a los mayores con su figura corporal para que acepten los cambios que supone el proceso de envejecimiento, cambiando los estándares de belleza de la juventud basados en criterios físicos y estéticos, por nuevos más realistas y alcanzables, principalmente, los referidos a la comunicación, el afecto, la intimidad y la sensualidad.
Y en la palabra de los sexólogos, "potenciar una visión de la sexualidad creativa, menos coital, que reconozca el valor como potenciales fuente de placer de otros tipos de actividades; sin olvidar, promocionar la
salud a través del mantenimiento de hábitos de vida saludables, donde no falte el ejercicio físico y la buena alimentación que les redunda en un buen estado físico y mental.